Por Carlos Pérez, médico infectólogo
Mi vacunación fue muy temprano. En el Hospital Universitario de la Samaritana. Llena de expectativa, un proceso simple y significativo. Con un tiempo de observación de 15 a 20 minutos en la sala sin problema. Allí todos nos mirábamos con sonrisa cómplice y mucha tranquilidad.
Pocos minutos después de la inmunización, sentí dolor en el sitio de la inyección. Malestar leve con dolor de cabeza, casi que un dolor placentero sabiendo que esta reacción a la vacuna es la señal de la respuesta inmunológica.
Al día siguiente, sentí un ligero malestar. Ello no fue obstáculo que me impidiera realizar mis actividades cotidianas. Sin embargo, me tomé un acetaminofen que resolvió todo. No tuve más síntomas. Las más de mil personas que se vacunaron en esos días trasmitieron felicidad, confianza y optimismo.
Regresó la esperanza, sentí alivio y el sentimiento de que todo volvería a la normalidad. Una alegría fugaz y efímera, las razones son simples y trágicas. Por ello pensé, ¡me vacunaron! y…
Vinieron a mi, imágenes y reflexiones de lo que ha venido pasando en los últimos días en el país. En efecto, en ninguna parte del mundo un gobernante sale cargando una caja de vacunas, otro tomándose selfies o aparece en el aeropuerto recibiendo las cajas y poniéndole etiquetas de propaganda de su gobierno. Pienso que lo que promocionan como un triunfo de la gestión de su mandato es una simple demostración propagandística que busca un impacto mediático.
Lo que parece peor es encontrar resonancia en medios locales y nacionales de comunicación que dan amplio despliegue a esas actuaciones. La explicación más plausible para que se conozcan esas apariciones de los funcionarios es porque tienen la certeza que serán titulares de algún medio de comunicación.
Que existan las vacunas es un logro de la ciencia y que lleguen al país o un territorio es un deber de los gobiernos, es decir: es su trabajo. Y por hacer lo que se les encomendó con un voto de los ciudadanos no pueden proclamar victoria. En especial cuando empieza tarde y a cuentagotas la labor de la vacunación.
Desde luego qué hay actos simbólicos en la vacunación y estos deben transmitir confianza a la ciudadanía. Actos sobrios y significativos, muy cercanos a la población, simplemente con empatía. Lo que debería ser un acto de alegría terminó siendo una caricatura del comportamiento de algunos de nuestros líderes. Lo que debería ser un acto de esperanza para la ciudadanía termina siendo un motivo de burla y comedia.
Aún peor: se registró que la primera persona vacunada en el país fue una enfermera de la provincia que le adeudan dos meses de salario. Es un retrato exacto del país y sus trabajadores de la salud: importantes para las fotos y maltratados en sus condiciones laborales. Después de la foto y toda la algarabía sigue lo de siempre: la indiferencia.
Y es que el proceso de vacunación es un hito en la salud pública del país y está marcado por una crisis en la confianza. Las protagonistas ya no son las vacunas sino los entes de control. Existe el sentimiento general que se van a robar desviar o perder las vacunas. La corrupción ha penetrado nuestra sociedad, se difunde y la destruye como si fuera un virus letal.
Una ‘papelocracia’, levantando fotos , actas e informes , que solo llevan al nerviosismo de un vacunador, ahora rodeado de verificadores casi inquisidores.Es claro: algunos no confían en la vacuna pero casi todos desconfían del proceso de vacunación.
Saltarse la fila de priorización, que se pierden viales o dosis de vacunas, inequidad en la repartición ... Se trata que la noticia que todos esperan: el escándalo. Es lo que esperamos de nuestro comportamiento y nuestra sociedad. Que el proceso de vacunación sea exitoso será lo mejor para todos aunque la noticia que esperamos es que falle todo lo planeado.
La vacunación más grande de la historia que además sea rápida y masiva no tiene ningún precedente, tendrá muchas dificultades inherentes a la complejidad del proceso. A lo que suma nuestra principal enfermedad que es endémica: la corrupción. Vendrán entonces; las exhaustivas investigaciones, la búsqueda de los responsables y el resultado final: la impunidad de rebaño.
En cuanto a la inmunización y los factores de desigualdad, creer que en la pandemia todos son vulnerables, que esto nos haría iguales y trabajaríamos solidariamente es una utopía. Es evidente la falta de liderazgo y confianza en los entes multilaterales.
La Organización Mundial de la Salud, OMS, es una reunión de muchas voluntades y bonitos discursos pero con mínima efectividad. Las grandes alianzas de los países para la equidad quedan supeditadas a comprar ( no desarrollar o producir ) a las farmacéuticas las vacunas y distribuir lentamente a los países miembros.
Las economías fuertes tienen más vacunas, incluso más de las que necesitan. Iniciaron la vacunación al menos 3 meses antes que alguna vacuna de la estrategia multinacional llamada Covax. Una señal que la pobreza es un determinante para saber qué puesto ocupa al final de la fila le corresponde en esta pandemia. El dinero hizo posible la vacuna y también su distribución desigual.
Pero el rezago no solo es económico; somos parte de los países dependientes de tecnología. Un país donde el talento humano es idóneo pero en el que son notorios la falta de presupuesto y la confianza para desarrollar tecnología. Nunca es una prioridad para el país.
Nuestra limitación para que podamos desarrollar vacunas o medicamentos es nuestro pensamiento absurdo que los demás lo hacen bien y que nosotros lo hacemos mal. Somos desiguales en la ciencia porque así nos lo impusieron, no porque falte talento.
Ojalá los líderes políticos hicieran una apuesta real de país hacia la educación, donde ser profesor sea un orgullo y ser un estudiante sea un derecho y no un privilegio.
Existe un ministerio de Minas porque hay minas que explotar o un ministerio de Agricultura porque tenemos riquezas en nuestros campos. Hoy tenemos un ministerio de Ciencia sin ciencia, sólo con voluntad.
La vacunación marca el fin de una pandemia que afectó el mundo , donde todos podíamos enfermar, el miedo nos paralizó y desnudó la fragilidad humana. Afloraron también la falta de liderazgo , la asimetría social y la mediocridad. Ojalá todos salgamos fortalecidos y optimistas como si nos hubiéramos vacunado contra el egoísmo.
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